Un ensayo sobre Los Simpsons a propósito del estreno de la película.
Fiebre amarilla
Si alguien quiere estudiar la sociedad contemporánea, “Los Simpsons” es una bibliografía obligatoria. El 26 de julio llega a cines chilenos la película y acá el psiquiatra y escritor Marco Antonio de la Parra explica la adicción que provoca. Tan mutantes como nosotros, los personajes de Matt Groening son claves para entender los pilares de la sociedad actual: la familia disfuncional y la televisión.
Nación DomingoPor Marco Antonio de la Parra*
Tuve la suerte de ver “Los Simpsons” desde su primera temporada. No he conseguido verla completa. A estas alturas se ha convertido en una suerte de biblioteca de Babel de los dibujos animados. Se publican libros con las claves secretas, las citas fílmicas, los chistes internos, todas esas cosas que convierten una película en una adicción y obligan a ver muchas veces cada capítulo. ¿Alguien se fijó que el capítulo en que Homero va a la universidad había en la oficina del decano un póster de Pink Floyd? ¿O que Smithers, el secretario del siniestro Mr. Burns usa un Macintosh en el episodio 14 de la tercera temporada? La verdad es que “Los Simpsons” es la mejor demostración de cómo una película recargada de signos y símbolos produce un enorme placer al simular ser sencillamente un episodio con una historia algo boba en que nos fascina lo políticamente incorrecto de los personajes. Todo es más complejo que eso. La familia Simpson representa los terrores más grandes de la familia contemporánea. Nada explica que no se disgregue, que no estalle, que Lisa no haga la depresión que su melancólico carácter podría inducir, que Bart no termine de una vez y para siempre entre las rejas o con Ritalin. Maggie Simpson debería estar condenada a la adicción (basta ver como trabaja su chupete). Y no digamos nada de Homero J. Simpson, el peor padre y tal vez el peor marido y el peor empleado existente en el planeta. Marge Simpson debe tener en el secreteo su capacidad de negar conflictos y amortiguar todo lo que pueda suceder.
¿LOCURA TOTAL?
Conozco gente que no se ríe con Los Simpsons. Suelen tener maravillosas familias disfuncionales como la de estos seres amarillos y no conseguir identificarse y poder tomar esa distancia que convierte la comedia en tragedia, tan necesaria a la hora de enfrentar lo peor de lo peor en una familia. El secreto de la adicción a “Los Simpsons” está justamente en eso. Nos quita el miedo a que pase lo peor. No importa que una barra radiactiva se quede entre las nalgas de Homero, no importa que haya peces mutantes de tres ojos en el río de Springfield, no importa que Homero sea estafador, loco, borracho o sencillamente infantil según el capítulo, la familia permanece unida. La familia Simpson ve televisión unida. La televisión, el gran opio de Occidente, los reúne y los calma. Todo lo sucedido, la rabia, la envidia, los celos, la mala leche, todo se suaviza en la familia contemporánea sentada frente al televisor o desayunando ejemplarmente. Si alguna vez existieron series de familias felices al mismo tiempo que películas, piezas de teatro y novelas que denunciaban lo corrupto de los valores familiares norteamericanos, “Los Simpsons” le dan una pirueta cínica y lo convierten todo en farsa, en una amalgama imposible donde Homero es hereje o Marge sufre una atracción adúltera o Lisa viaja al futuro o aparecen los Rolling Stones o Aerosimth o asaltan una y otra vez al pobre Apu en su tienda de abarrotes o Willy se tienta en ser el serial killer que lleva dentro o Moe se entrega al alcoholismo o el vecino Flanders enviuda y Krusty el payaso puede morir, resucitar, ser un dealer o bordear la pedofilia. El horror de lo imposible nos desternilla de la risa, nos suelta la carcajada. El mundo en realidad se ha vuelto indispensable y necesitamos un Sofá Simpson en el cual deponer toda nuestra desazón. Cuando la vida familiar ya casi es imposible y las familias uniparentales y otros modelos familiares reemplazan los códigos tradicionales, cuando el estrés nos carcome, la ecología no se sostiene en sus principios ante los Mr. Burns de este mundo, cuando el mal parece triunfar en donde pongamos la vista, Los Simpsons nos dice que sobreviviremos. La catarsis es absoluta. El descanso, el suspiro, la posibilidad increíble de dejarnos llevar por la esperanza que el Occidente que vivimos sea solamente un paso de comedia.
Una de las cosas más notables de “Los Simpsons” son sus guiones, que suelen mezclar historias abusando de los desenlaces inauditos. Todo es inaudito, indignante e irritante en “Los Simpsons” si los tomáramos en serio. Por eso son amarillos. En realidad son tan mutantes como nosotros, solo que nosotros no nos damos cuenta. “Futurama”, la serie que los siguió, no consiguió nunca el mismo éxito porque no atacaba-rescataba (esa operación doble tan ardua y tan bien lograda) los valores familiares, pero confesaba la fascinación de los productores de esta línea de caricaturas por la mutación. La cíclope, el robot, la mirada a un mundo que muestra el deterioro del futuro. Si alguien quiere estudiar la sociedad contemporánea, “Los Simpsons” es una bibliografía obligatoria. Si alguien quiere comprender los más profundos temores de nuestra época, que se pinte de amarillo y entre en un episodio de esta extraña familia, de esta rarísima ciudad, donde no hay escrúpulos, donde no hay valores de donde sujetarse, donde el caos extrañamente no se produce y convierte a Los Simpsons en la primera serie funámbula, escrita sobre la cuerda floja, al borde del abismo y jamás muriendo. De hecho siempre los grandes golpes de humor han sido intentos de vencer el miedo a la muerte. Los personajes caían al abismo y no les pasaba nada. La cáscara de plátano no terminaba en un TEC abierto, muerto sobre el pavimento. Se resucitaba, se perdonaba, los finales felices se tejían a granel. En esto “Los Simpsons” llegaron al extremo.
AMADO Y ODIADO HOMERO
Amo a Lisa pero no temo por su fragilidad ni tampoco me conmuevo por sus desventuras. Sencillamente la amo y sé que la salvarán en el último minuto. Un hijo como Bart es una maldición pero he llegado a quererlo. Con Homero no nos llevamos lo bien que podríamos, pero confieso que su propia monstruosidad es su atractivo. Serie de monstruos, descendiente de un cruce de Disney con la “Familia Addams”, gran parodia de nuestro tiempo, Los Simpsons adornan mi videoteca hace mucho tiempo. Y los veo de nuevo más que seguirlos viendo. Sé que los veré todos, absolutamente todos. Y que compraré las enciclopedias y que ya le regalé a mis hijos un ajedrez del merchandising enloquecido de esta serie profundamente capitalista que se ríe de lo más repugnante del capitalismo. Si alguna vez se atacó a los patos de Disney o a los superhéroes, la familia Simpson dio vuelta la página y arranó a los serios intelectuales progresistas de la escena. Aquí no se engaña a nadie. Somos amarillos, somos lo peor, nada podría ser igual, somos la prueba del equilibrio imposible. La disfuncionalidad al poder. La farsa reemplaza la aniquilación de la crítica. La fantasía solo es concebible desde la ironía desatada, de pistolero, de caninos acerados, de sangre fría. El increíble y adictivo estilo Simpson. Hoy, después de tantos hijos de puta a nuestro alrededor, queremos ser una familia hija de puta en una ciudad hija de puta en un planeta en el que no hay palabras para insultarlo. Humor de fin de mundo, una caricia al corazón desdichado de nuestro tiempo. LCD
*Director Carrera de Literatura U. Finis Terrae
No comments:
Post a Comment