Friday, November 09, 2007

Cáncer del Sueño...

CANCER DEL SUEÑO

El departamento había estado sucio y desordenado por más de tres años. Olía a cigarrillos y encierro. Casi nunca abrían las ventanas que daban al muro ciego de la torre de enfrente; más que nada por el callejón bajo sus ventanas donde se acumulaba basura de muchos días. Ya era más de las tres de la madrugada y no podían dormir. El mal humor y el insomnio iban en aumento, hasta que se hicieron insoportables. Se levantaron en la penumbra para sentarse en la cocina. Miraban sus retinas, desafiantes, sin parpadear. Encendieron unos cigarrillos hasta que uno de ellos rompió el silencio.

- ¿Sabes cuál es tu problema?
- No… no tengo idea.
- Tú eres el problema.
- ¿Yo el problema?
- Sí, tú… no puedes controlarte, lloras por cualquier cosa y por cualquiera.
- Y tú quién te crees para estar dando consejos como si lo supieras todo, si nunca has salido de este departamento. Tienes tanto miedo a estar ahí afuera que te llega a quitar el sueño. ¿Sabes? me aburrí de ti.
- Así, y que vas hacer, ¿matarme?
- Y por qué no, así podría dormir tranquilo.
- Cállate imbécil, ni siquiera eres capaz de ahuyentar a tus demonios.

Uno de ellos se paró de la mesa y caminó hasta la ventana escuchando los insultos que lo estaban ahogando. Encendió otro cigarrillo. Con el pie tocó algo y mira al suelo. Era un martillo. Los insultos eran más filosos y estaban subiendo al igual que su odio. Apretó los dientes, cerró sus ojos por un instante, tomó aire, empuñó sus manos y recogió rápidamente el martillo. Dio media vuelta y lanzó el martillo dándole en plena cara. Los insultos cesaron. Se acercó a ver el rostro hecho trizas para cerciorar su muerte.
Sentado en el sofá, recordó que por la mañana debía presentar a sus alumnos un análisis de Heidegger, al que tanto tiempo había dedicado y que nadie leería. Se recostó y pudo al fin dormir, aunque sea un par de horas.

A la mañana siguiente se levantó y vistió para ir a su trabajo. El Liceo donde realiza clases de filosofía, pero antes volvió a mirar el rostro destrozado observándolo con detención. Sabía que no podía dejarlo así. Se sirvió una taza de café y encendió un cigarrillo. Abrió la ventana y se sentó en el marco de ésta. Desde allí seguía observándolo, pensando en qué hacer. Los minutos se consumían como sus cigarrillos en su reloj barato.

Fue a la cocina y dejó la taza en el lavabo. Miró de nuevo el rostro hecho trizas, hasta que se decidió. Trajo la pala con la escoba y recogió los trozos del espejo que había roto por segunda vez en la semana por culpa de ese maldito insomnio, ese cáncer del sueño que lo tiene en la etapa terminal del hartazgo.

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